Echando como habitualmente mi vistazo a las efemérides de hoy una ha capturado de inmediato mi atención: el aniversario del nacimiento, tal día como hoy en 1841 del pintor Pierre Auguste Renoir.. Sirva, pues, este post de tributo a una de las figuras claves de la vertiente más amable del impresionismo.
Limoges, la ciudad de donde Renoir procedía, era célebre( y aún lo sigue siendo) por la manufactura de porcelanas. Y, aunque llevaba instalado en París desde los cuatro años, (siempre se consideró un parisino)vuelve a Limoges en sus inicios como artista. Es en dicha fábrica donde daría sus balbuceantes primeros pasos enfrascado en la tarea de copiar obras maestras de Watteau en platos y soperas. Eso le hizo dominar la fluidez y la delicadeza en la pincelada, ya presentes durante toda su trayectoria artística.
Escena galante en un plato de Limoges.
De esta época pervivirá su pasión por los pintores del siglo XVIII.
Pero las nuevas técnicas vinieron a sustituir la costosa producción artesanal, por lo que nuestro joven genio tuvo que comenzar a decorar toldos y pintar murales en cafés antes de decidirse a ingresar en la Escuela de Bellas Artes.
En la Francia de aquella época, sobre 1860, la enseñanza de la pintura estaba sujeta a un estricto protocolo. Los pintores que entraban en la Academia debían formarse al lado de un maestro que hubiese adquirido notable fama y prestigio. La elección de Renoir fué el suizo Charles Gleyre, porque sus métodos eran menos autoritarios que los de Jean León Gérome, del cual pudimos admirar no hace mucho una muestra soberbia en el Thyssen.
El anfiteatro. Obra de Jean León Gèrome. Sus magnas historias sobre gladiadores inspiraron los decorados de muchas películas como Espartaco, con Kirk Douglas, o la mismísima Gladiator, con Russell Crowe.
En 1864 fué aceptada su primera obra en el Salón. «La esmeralda» inspirada en Notre Dame de París, de Víctor Hugo. Sería destruida posteriormente por el mismo autor. Es una pena que no os la pueda mostrar aquí.
De esta década son también dos obras que no parecen salidas de los mismos pinceles: La bañista del grifón, y Odalisca. En este caso el pintor rendía tributo al gran Delacroix, inspiración de muchos artistas de esa corriente. Junto con Gericáult introdujo todo un cambio en la concepción misma de la pintura.
La bañista del Grifón. Sao Paulo
Odalisca. Nos recuerda poderosamente a las Mujeres en Argel del gran Delacroix, que contemplamos en la muestra de Gauguin en el Thyssen. No olvidemos la gran pasión que suscitaba el Próximo y Lejano Oriente en aquella época.
Hacia la mitad de la década Renoir se dejó seducir por el bosque de Fontaineblau, como los integrantes de la Escuela de Barbizón, que trabajaban allí en ese momento su pintura plenairista. Allí, y codo con codo con Manet, aprendió a plasmar la belleza de la vida y las costumbres modernas.
Entonces entró en contacto con Bazille, que ejerció las veces de benefactor tanto para él como para Monet, que también frecuentaba el círculo, pero cuyo interés científico por las teorías del color inquietaron a Renoir. Con el descubrió parajes como Grenouillère y Bougival; se cuenta que instalaban sus caballetes uno al lado del otro y realizaban cuadros casi idénticos
La Grenouillère de Monet. Las diferencias entre ambas poéticas pictóricas es palpable. Ahí se sustenta la premisa de Monet cuando dice «el motivo no existe, lo que existe es mi percepción del mismo».
En la guerra franco Prusiana Renoir fué enviado a los Pirineos, donde se dedicaría a la doma de caballos, y estuvo a punto de perder la vida. Hubiera sido una pena, pues ya sus pinturas en la Grenouillère estaban hablando de su enorme talento, que hubiera sido truncado de haberse producido su muerte.
Tras esta etapa convulsa, ya que a la Guerra franco-prusiana siguieron los episodios de la Comuna de París, en los que fué tomado por un espía mientras pintaba, llegó su integración por espacio de diez años en el impresionismo, del cual se desligaría después descontento. En el Primer Salón de los Rechazados Renoir expuso seis oleos y un pastel que sufrieron una desigual crítica. La gente sólo percibía manchas de color, era un público aún carente de madurez para percibir la oleada de cambios que se avecinaba.
En ésta muestra están sus obras más conocidas: El Palco, El Columpio, El Moulin de la Galete y Estudio de torso, entre otros.
Dos de sus obras expuestas: El Palco y El Columpio. Toda una proeza al conseguir la filtración de la luz a través de las copas de los árboles en diminutas motas de color.
«Nunca creo haber acabado un desnudo hasta creer que se puede pellizcar» llegó a decir de él el artista.
Tras tres exposiciones colectivas con los impresionistas, y tras críticas aceradas que menguaron su ilusión, decidió desvincularse de aquellas para siempre, con eso y con todo se dejó convencer para exponer en la séptima muestra del grupo, poniendo la condición de ser presentado en ella por Durand-Ruel, marchante del artista, y no representándose a sí mismo.
En ese momento había pintado «La señora Charpentier y sus hijos» con excelente crítica de publico y Academia.
Es pintura amable, que recrea un momento íntimo familiar, llena de delicadeza y colorido. La luz es un factor primordial. Siempre se guió por criterios de unidad y armonía, para el fundamentales.
Pese a su pobreza permanente ya que fué el único del grupo que siguió viviendo en París pasando de cuchitril a cuchitril con sus escasas pertenencias, un inesperado golpe de fortuna le hizo decidir marchar a Argelia e Italia. A Argel llegó tras los pasos de su idolatrado Delacroix, y a Italia a estudiar las huellas de Rafael y las antiguas pinturas pompeyanas.
Ello configuró un estilo diferente a su vuelta, lo observamos claramente en Los Paraguas
Deliciosa pintura de pincelada precisa, y un modernismo diferente al que nos tenía acostumbrados.
Tras un período de sequedad resuelve sus problemas estilísticos en 1888. Renoir no deja que la luz y la atmósfera destruyan contornos ni el volumen escultórico de las figuras, encontrando así respuesta a sus preocupaciones. Todo ello con gran economía de medios y una paleta muy reducida.
Los últimos años de su vida los rojos sonoros son muy dominantes, pese a haber preferido siempre otra paleta.
Renoir en rojos, Delicada soiré femenina.
Un motivo que le dio mucho juego fueron los nacimientos de sus hijos, muy espaciados en el tiempo.
Con el éxito económico llegó el reumatismo, que le acompañará de por vida. Y fué en ese momento en el que tuvo la sensualidad más a flor de piel. Llego a decirle a un periodista «Hago el amor con mi pincel».
Cuentan que el día de su muerte estaba pintando unas anémonas. Cuando dejó su pincel por última vez se le oyó murmurar:»Creo que empiezo a comprender algo»
Sus postreras anémonas. Un canto a la belleza.
Una vida que aportó mucho a los que , como yo, amamos al Arte.