Dado el día en el que estamos me parece interesante que nos acerquemos a esta costumbre del lejano Irán. Hagamos historia.
Cada año, al empezar la primavera, tenía lugar bajo la égida del gran Ahura-Mazda y en presencia del rey de reyes la gran fiesta del año nuevo, que reunía a todas las naciones de Persépolis. Los pueblos señores -es decir, los persas y los medos_ asistían al desfile y a la entrega de ofrendas.
El día de año nuevo el rey, los nobles y altos dignatarios pasaban por entre los animales guardianes de las puertas, temibles toros alados, que no dejaban penetrar al extranjero. El cortejo avanzaba por el atrio, donde se abría la apadana, o gran sala de audiencias. El rey y su corte observaban desde lo alto del palacio que les estaba reservado, cómo se acercaba la larga fila de las delegaciones.
Al terminar el desfile, el cortejo real se dirigía hacia el palacio, a través del Tripolón o galería de acceso, donde les esperaba un banquete, y luego hacia la sala de las cien columnas, la sala del trono, donde los reyes de los países ofrecían presentes al rey como muestra de fidelidad, bajo la atenta mirada de su guardia personal, los famosos inmortales. Los persas y los medos desfilaban con sus caballos y sus carros reales.
Los de Susa presentaban leones, los armenios vasos de metales preciosos y caballos, los babilonios copas, tejidos bordados y búfalos; los lidios orfebrería y caballos, los sogdianos, corderos y tejidos; los capadocios o los frigios caballos y telas bordadas…en resumen un despliegue de ostentación, lujo y poder, que hacían de esa fecha algo único, en el pequeño palacio de Darío en Tachara
¡Quién pudiera haber estado allí, escondido, observando estos fastos! Espero que os haya resultado interesante. Que tengáis un 2018 en que vuestros sueños se cumplan.