Cuando he leído la prensa esta mañana dos natalicios importantes han aparecido ante mis ojos: el nacimiento un día como hoy de 1527 de Felipe II, bajo cuyo histórico reinado España se convirtió en un gran Imperio, y el de Alberto Durero en Nüremberg en 1471, ciudad a la que su padre, orfebre originario de Hungría había emigrado.
Como lo mío es el arte, hablaré de este último, que ejerció un poderoso hechizo sobre mí en una muestra que hubo en 2005 acerca de las obras que de él custodia la Albertina de Viena, y que viajaron de un modo excepcional al Museo del Prado.
¡ Qué prodigiosa representación de unas manos, tema tan difícil de captar con esta perfección!
Decíamos que su padre había llegado a la capital de Franconia, atraído por la prosperidad de que gozaba la ciudad. Y no se equivocó; fruto de su decisión la familia disfrutó de un rango social de cierto nivel, por encima del de los artesanos, lo que permitió a Durero relacionarse desde muy joven con los círculos de intelectuales y humanistas, de los que surgieron más tarde algunos de sus principales clientes.
Su formación artística como orfebre incrementó el desarrollo de sus extraordinarias facultades para la observación y la minuciosidad. Sus aptitudes para el dibujo le inclinaron muy pronto hacia la pintura.
La representación de la imagen siempre estuvo entre sus preocupaciones.
Tras viajar por Colmar, Basilea y Estrasburgo, donde adquirió conocimientos de la técnica del buril, regresa a su ciudad natal para contraer matrimonio con Agnes Frey, unión acordada por su familia para garantizar la estabilidad económica.
Ningún otro artista fué capaz de recrear la naturaleza de un modo tan veraz como él.
En otoño de ese mismo año emprendió su primer viaje a Venecia, con la intención de conocer el nuevo lenguaje del Renacimiento italiano que, a partir de entonces, influyó decisivamente en su arte, junto al recuerdo de la Antigüedad clásica; aprendiendo de Pollaiuolo y Mantegna el tratamiento del desnudo.
Plasma su ideal humanista de belleza. El hombre como centro de la creación.
Su vuelta a Nüremberg provisto de ese bagaje de experiencias le abrió notoriamente las puertas de los círculos eruditos y le facilitó numerosos encargos. Contribuyó de este modo poderosamente a la renovación cultural de Alemania bajo preceptos humanísticos.
Sus pinturas de animales dotadas de un extraordinario grado de riqueza visual y de matices. Dicen que en el ojo de la liebre está reflejado su rostro.
Y allí continuó su trabajo de pintor y grabador, y por esta última faceta fundamentalmente su fama traspasó fronteras. Durante su segundo viaje veneciano su fama le había precedido, y fué recibido con honores entre otros por Giovanni Bellini.
Prodigio de desarrollo del lenguaje del grabado en madera y una práctica del grabado a buril de increíble dominio técnico.
A su regreso Maximiliano I le nombra pintor de Corte, por lo que a partir de 1512 su trabajo se encaminó fundamentalmente a exaltar el poder imperial, hasta que la vida del monarca se ve súbitamente truncada en 1519, y con ella la remuneración económica que le garantizaba el monarca. Viaja con su esposa a los Países Bajos a pedirle al nuevo, Carlos V la continuidad en esa remuneración.
Durero prepara sus papeles, los colorea para crear esa riqueza necesaria que ha de tener una pintura, y plasma los rasgos del retratado.
Pero lamentablemente la malaria había hecho presa en él. y se le manifestó con toda virulencia a su vuelta a su país.
Aunque continuó con su actividad como pintor y grabador, durante sus últimos años se dedicó especialmente a la elaboración de textos teóricos, mostrando una especial preocupación por el estudio de la geometría, la perspectiva y las proporciones del cuerpo humano.
Durero murió en 1528. Tras de sí dejó una obra fundamental para explicar el paso de la mentalidad medieval a la Edad Moderna. Su papel fué trascendental en la historia de la pintura, que hoy no se podría comprender si aportaciones como la suya.
¡ Espero que os haya resultado interesante!