UN PASEO POR EL MISTICISMO EVOCADOR DE LAS NATURALEZAS DE CASPAR DAVID FRIEDRICH

Entre las efemérides de todos los colores y sabores que salpican el panorama del día una lo adorna como pocas en el plano artístico: El aniversario del fallecimiento en la localidad alemana de Dresde un día como hoy de 1840 de Caspar David Friedrich, adalid del romanticismo alemán en pintura, junto a su coetáneo Philipp Otto Runge.

Pintura de Runge, el otro romántico alemán.

No es ningún secreto que una de mis épocas históricas predilectas es el siglo XIX, repleto de convulsiones sociales y políticas, y jalonado por personalidades en el ámbito de la cultura que hacen de esta centuria una de las etapas más fascinantes  de conocer, al menos para mí.

Las Afinidades Electivas

Justo es reconocer que el Romanticismo tiene su germen y nacimiento en Alemania, aunque Gran Bretaña le siga de cerca. Personajes de la talla de Goethe, cuyas Afinidades electivas dejaron tan viva impronta en mí el pasado año, o el grandísimo Wagner,con su Epopeya del Anillo del Nibelungo, al que conozco muy bien por la confesa predilección que por él siente mi padre desde mi infancia, son ilustres hijos del pueblo germano.

Epica imagen del Anillo del Nibelungo, del gran Wagner

En ese caldo de cultivo nace el protagonista de esta semblanza, Caspar David Friedrich. Mi primera impresión sobre él la tuve en una muestra organizada hace  varios años en el Museo del Prado, en 1992,  y ya ejerció un poderoso hechizo sobre mí.

Caspar David Friedrich era el sexto de los nueve hijos de Adolf Gottlieb Friedrich, un fabricante de velas y jabones de Greifswald y su esposa Sophie Dorothea Friedrich, de soltera Bechly. Greifswald pertenecía entonces a la corona sueca.

Los sucesivos fallecimientos que tuvieron lugar en su familia, entre ellos el de su madre y su hermano Johann Christoffer, fallecido trágicamente en la nieve al  salvarlo a él mismo dejaron una vivísima impronta en su memoria, hasta el punto que la muerte se convertirá en leit motif de su paleta.

De la Escuela de Dibujo de su Greifswald natal, en la que pintó varios paisajes de su lugar de nacimiento  pasó a una Escuela de Copenhague, donde realizó vaciados de modelos en yeso, formándose esencialmente como dibujante.

¡Que sutileza y poesía en este dibujo de árboles!

Acaba por trasladarse a Dresde, cuna de todo el movimiento pictórico alemán, y en esa localidad siguió viviendo hasta su muerte. Allí frecuentó los círculos filosóficos y literarios, convirtiéndose en un filósofo más.

Tras un intento de suicidio le sobreviene su primer éxito, que data de 1805 cuando obtuvo un premio compartido en un concurso artístico organizado por Goethe en Weimar, gracias a dos paisajes dibujados en tinta sepia.

Sus convicciones defendían la libertad de opinión y una mayor participación de la clase media en las decisiones políticas. El avance de Napoleón propició la creación de la Confederación del Rihn. La postura del pintor fué claramente anti-francesa.

¿No se asemejan las ramas de los árboles a dedos misteriosos, que parecen atraparnos hacia dentro, como tentáculos mágicos?

En 1808 pintó su primera gran pintura al óleo: La cruz en la montaña  El cuadro era poco habitual y desató una fuerte polémica. No obstante, en este cuadro se basa gran parte de la fama de Friedrich y su éxito financiero, abriendo el camino a la pintura romántica en Alemania. Se trata de una de las primeras obras en las que imprime ya su concepción del «paisaje sublime», una nueva modalidad que será muy imitada. «Otorgó a lo familiar la dignidad de lo desconocido», dijo el poeta Heinrich Von Kleist  de Friedrich.

El impactante oleo, todo un universo evocador de sensaciones. El hombre inerme ante la naturaleza.

En esa época es cuando realiza varios viajes por el Báltico. La naturaleza agreste, salvaje, la fuerza y rotundidad de los glaciares se quedaron impresas en su mente. He aquí una de las obras del autor que más me sobrecogen.

El mar glaciar.

Caspar David Friedrich contrae matrimonio a los  44 años  con la joven Christiane Caroline Bommer, de 25 años. Tuvieron dos hijas y un hijo. De esa época, una de las más felices en la vida del pintor pinta Los acantilados blancos de Rugen

Los personajes, siempre de espaldas, nos introducen en la naturaleza, siempre misteriosa.

El caminante sobre el mar de niebla. Parece pensativo, dubitativo acerca de si adentrarse en esta espesa niebla, mágica, que le atrae tanto como le asusta.

Pero la situación política comenzó a tomar una deriva que no le gustaba en absoluto. Comenzó la censura, y medidas represivas que culminaron con la muerte de algunos de sus amigos intelectuales, lo cual fué minando su salud psíquica.

El mar y la noche, dos elementos insondables.

La depresión se agudiza por motivo del asesinato en 1820 de su amigo el pintor Gerhard von Kügelgen. Se traslada a las afueras de Dresde a una casa desde donde contempla melancólico el paso de las embarcaciones. Entonces recibe la visita del príncipe ruso Nicolás de Rusia, que adquirirá gran número de obras. Esto será su postrero soplo de aire fresco.

A su juicio, el arte debía mediar entre las dos obras de Dios, los humanos y la Naturaleza. Con este punto de vista se acerca a las bellezas naturales, en cuya representación procesó tendencias y sentimientos. Sus obras no son, por lo tanto, imágenes de la Naturaleza, sino de un sentimiento metafísico, inaprensible. El primer plano y el fondo, separados a menudo por un abismo, se relacionan entre sí.

Las ruinas del cementerio. La muerte, otro motivo recurrente.

El espíritu que domina la obra de Friedrich es radicalmente romántico: abundan las escenas a la luz de la luna, espacios gélidos (mar de hielo, campos helados), las noches, paisajes montañosos y agrestes. Cuando incluye elementos humanos, suelen ser de carácter sombrío, como cementerios o ruinas góticas. Una y otra vez aparecen elementos religiosos, como crucifijos o iglesias.

Otra de sus características cruces en medio del camino. Esta vez con Iglesia de fondo.

Según él  la auténtica humanización, se encuentra en la Naturaleza, de esta manera logra una metáfora visual de la disolución del individuo en el «todo»

Megalitos, creaciones ancestrales del pasado.

A mí simplemente me fascina toda su trayectoria, la obra de un hombre profundo, que supo lograr una simbiosis casi perfecta con la naturaleza, ejerciendo un enorme poder sugestivo e hipnótico en el espectador.