El pasado miércoles tuve la suerte de pasar el día en esta ciudad castellano-leonesa, sede temporal de la Corte en tiempos de Felipe III.
Cuando piensas en Valladolid en el plano artístico-cultural normalmente lo primero que se te viene a la cabeza es la Catedral de San Pablo o el Museo Nacional de Escultura. Pero tiene mucho más que visitar. De hecho en esta ocasión no nos hemos acercado a ninguno de los monumentos anteriormente citados. Y es que el patrimonio de la ciudad va mucho más allá.
La excusa para acudir allí era contemplar la muestra temporal que hay en el antiguo Monasterio de las Francesas sobre Fortuny y Madrazo, pero, afortunadamente el día dio para mucho más.
Lo primero que fuimos a visitar fué la Casa que Cervantes habitó de modo temporal durante la estancia de la Corte en tierras vallisoletanas. Como es de suponer nuestro escritor más internacional marchó en pos de Felipe III, y fruto de esa estancia nacieron algunas de sus Novelas Ejemplares. Además la Edición Príncipe del Quijote fué impresa y publicada en la Imprenta de Juan de la Cuesta de la Calle Atocha de Madrid mientras él estaba por allí. Fueron, pues, años esenciales para su trayectoria vital.
Situada en la Calle del Rastro está construida en ladrillo, y su fachada presenta balcones y ventanas recercados en yeso. En el jardín fueron instalados los restos de la antigua fachada del Hospital de la Resurrección que en tiempos de Cervantes se hallaba próximo a su casa.
Gracias a la intervención del gran mecenas y también cervantista marqués de la Vega- Inclán que consiguió las reparaciones y compras pertinentes con su propia ayuda más la ayuda que le prestó el rey Alfonso XIII , y la del Presidente de la Sociedad Hispánica de Nueva York , señor Archer Milton Huntington, íntimo amigo de Sorolla pudo conservarse y convertirse en museo la casa de Valladolid que durante algunos años cobijó a Cervantes y su familia.
Su rincón de inspiración.
Las Novelas Ejemplares: El coloquio de los perros, El casamiento engañoso, La ilustre fregona o El licenciado vidriera nacieron al abrigo de estas paredes.
Lo maravilloso es que está impecable, y dá una idea muy gráfica de cómo era la vida en aquel entonces.
Desde allí marchamos al Museo situado en el Monasterio de San Joaquín y Santa Ana.
Parece mentira, pero allí se encuentran tres obras de Francisco de Goya concebidas de modo específico para que fueran albergadas en sus muros, más tres de su suegro, Francisco de Bayeu ; en la iglesia interior cobijada por una arquitectura elíptica del mismísimo Sabatini. Se cubre el conjunto con una cúpula en la que se abren óculos, y una pequeña linterna. Recuerda poderosamente la arquitectura italiana de Borromini, uno de sus genios.
Una imagen interior.
Al lado de la Epístola se abre un coro monacal, con sillería neoclásica. Tanto nos gustó que preguntamos si en ese mágico recinto se celebraban bodas, a lo que nos dijeron que, pese a lo solicitado que está el lugar para ello no está permitido por el daño que puede sufrir esta pequeña joya.
La imagen que preside el retablo es la deliciosa familia de San Joaquín, Santa Ana y la Virgen Niña.
Las obras que de Goya custodia son las siguientes: Santa Ludgarda; La muerte de San José y Los santos Bernardo y Roberto.
La muerte de San José representa una novedad, ya que esa escena ha sido rarísimamente representada dentro del repertorio iconográfico sagrado. La emoción que contiene es enorme. No en vano Goya estaba trasponiendo la muerte de su propio padre al lienzo. Ahora os explico con la obra delante
La imagen de San José que aparece tumbado no es otra que la del padre de Goya. Un Cristo prácticamente imberbe y de rostro redondo contempla la escena. Es la cara de Goya la que aparece retratada. ¿Y qué decir de la Virgen?¿ Acaso no es el rostro tantas veces contemplado en obras como El quitasol?
Las obras de Bayeu son, a su vez, Santa Escolástica, La Inmaculada con San Francisco y San Antonio, y San Benito. Os hablaré de la leyenda de Santa Escolástica, digna de conocerse por estar impregnada de una fuerte espiritualidad y belleza. Veamos primero la obra
Santa Escolástica era hermana de S. Benito de Nursia, fundador y abad de Montecassino. Su figura se pierde en la leyenda y en las pocas noticias que nos transmiten los biógrafos del gran santo fundador del monacato de Occidente. La devoción por esta mujer santa y piadosa se ha mantenido a través de los siglos.
S. Gregorio Magno, en su segundo libro de los Diálogos, relata sus virtudes y hechos santos. Se consagró a Dios desde la infancia. Vivió luego cerca de su hermano en Cassino. Cada año se reunía una vez con él para orar y hablar de Dios. El último encuentro es recordado con veneración.
Se prolongó el coloquio hasta tarde. Ella pidió a su hermano que se quedase por la noche para conversar más de Dios. El se negó y una terrible tormenta cayó en la zona, lo que le impidió salir. “Lo que no has querido concederme, Dios me lo ha dado”.
Tres días más tarde, Benito vio el alma de Escolástica subir al cielo en forma de una paloma. Regresó al monasterio y llevó su cadáver a Montecassino y la enterró en el oratorio de la cumbre del monte, donde todavía reposan sus restos junto a los de su hermano. El reconocimiento canónico y científico de sus huesos, junto con los de su hermano, hecho en 1950, confirmó la autenticidad de la tradición.
Preciosa la historia de esta Santa, que conocemos fielmente , como las de otros importantes santos a través de un libro clave para entender la iconografía cristiana: la Leyenda Áurea de Santiago (o Jacoppo) de la Vorágine. Siempre fué uno de mis volúmenes de cabecera durante mis años de estudiante.
Una imagen original del libro.
San Atilano. Lleva el pez en una mano y el anillo en la otra.
Otra de las historias sacadas de esta «novela de santos» es la de San Atilano. Se cuenta que peregrinó a Jerusalén, en penitencia por pecados de su juventud. Cuando abandonaba la ciudad al cruzar el puente, arrojó su anillo episcopal al Duero, con la esperanza de recuperarlo algún día como prenda segura del perdón obtenido. Tras dos años, inspirado por Dios, vuelve de incógnito a Zamora y recibe hospedaje muy cerca, en la ermita de San Vicente de Cornu. Preparando su comida, abre un pez recibido de limosna y dentro encuentra su anillo. Las campanas de la ciudad repicaron solas, y ante los zamoranos que acudieron a recibirle jubilosos, avisados por tal prodigio, apareció revestido milagrosamente con los ornamentos episcopales.
Otra curiosa historia, sacada de la Leyenda Aúrea.
Cautivadas por la iglesia proseguimos la visita que nos llevó a la segunda planta. Allí, junto a casullas y ornamentos litúrgicos primorosamente guardados, realizados con telas ricas como seas traídas de Filipinas y China, y custodiados en originales hornacinas, se hallaban una profusión de Niños Jesús de distintas tipologías suntuosamente ataviados. voy a enseñaros una hornacina que llamó poderosamente mi atención:
Al fondo una colección de trajes para el Niño Jesús, en primer plano una colección de zapatitos, y en el baúl una colección de rostrillos de la Virgen María.
Capítulo aparte es destacar la existencia de un Cristo Yacente de Gregorio Fernández, y de una Inmaculada de Pedro de Mena dos de nuestros mejores artistas barrocos totalmente al alcance de nuestra vista, y de nuestras manos.
Cristo Yacente y Dolorosa. El Cristo sale en procesión todos los Sábados Santos.
El Museo nos dejó el mejor de los sabores de boca, salvo por una terrible noticia, que nos dio la persona que lleva al frente de la Institución desde hace veinte años: su inminente cierre. Y cuando eso ocurra, lamentablemente sus tesoros se dispersarán o acabarán quién sabe dónde.
En fin de allí salí con la firme determinación de escribir al Presidente de Castilla y León para pedir que no lo cierren. No sé donde parará mi protesta, pero ahí quedará.
Fuimos a oír Misa a la Iglesia de Santiago, donde nos impactó el Retablo Barroco, de gran belleza, presidido por una imponente figura de Santiago Matamoros, y el riquísimo estofado que cubría el retablo en su totalidad.
Bella imagen del retablo.
Y el final del día fué apoteósico. Entramos en el Antiguo Convento de las Francesas, hoy habilitado como sala de exposiciones, para visitar una muestra a todas luces sensacional. Unir en un mismo espacio a dos familias tan relevantes en el mundo artístico de principios de siglo pasado es un acierto impresionante.
Son cerca de un centenar de obras que forman parte de colecciones privadas y cuya procedencia, en la mayoría de los casos, es el propio taller de los artistas (que además de ser cuñados, eran amigos).
Las obras presentadas son una serie de dibujos, acuarelas y pinturas de pequeño formato de gran valor iconográfico que representan el entorno más íntimo y privado de los artistas y que nos muestran a familiares y amigos retratados de una manera espontánea. Están reunidos aquí de una manera didáctica y así podemos ver un boceto y a su lado la obra terminada.
Bellísimos dibujos de Fortuny, enmarcados de un modo exquisito.
A pesar de que Mariano Fortuny falleció a los treinta y seis años, fue un pintor prolijo e incansable dibujante, me atrevería a decir que el mejor de su época En relación a Raimundo de Madrazo subrayó su triunfo como retratista en toda Europa y América, estando su obra caracterizada por una exquisita aptitud descriptiva y cromática. Su obra constituye un ejemplo del arte decimonónico gozando de un gran prestigio en los salones de París.
Maravillosa escena carnavalesca de Fortuny. Para su realización empleó multitud de dibujos preparatorios que también se pueden admirar en la muestra.
En Fortuny , en sus magníficos dibujos y grabados, e incluso acuarelas de fragmentos decorativos de las casas tales como respaldos de sillas, empuñaduras de espadas, se puede adivinar la enorme pasión que sentía por curiosear en las diferentes almonedas y anticuarios que recorrió de manera incansable, arrastrado por una pasión que llevaba luego a sus lienzos, al papel.
Por otra parte, Madrazo, que ocupa la parte del coro del antiguo convento, se formó en París en lugar de en Roma, y alcanzó talla internacional como gran retratista gracias a una precisa y depurada técnica pictórica que aprendió de su padre Federico y de su abuelo José, también prestigiosos pintores.
Dos formas de entender el proceso de la creación pictórica muy diferentes, pero salidos de los pinceles, de los lápices de dos de nuestros mejores artistas.
Os recomiendo vivamente que hagáis esta visita. ¡Tiene mucho que ofrecer Valladolid!