El viernes por la tarde tuvimos el privilegio de contemplar esta muestra, para mi gusto de las mejores organizadas y más sorprendentes del panorama madrileño actual.
La Fundación Mapfre cuida con mimo extremo y detalle cada exposición que organiza, me estaba acordando de Deineka en este momento preciso… y no suponía menos de esta. Mis expectativas no fueron defraudadas.
Pese a ser una isla. teóricamente aislada, la actividad que caracterizó su cultura, fué cosmopolita y universal, debido a la amalgama de influencias que circularon libremente a través de sus contactos políticos o comerciales.
Comienza cronológicamente con el ilustrado mecenazgo que Enrique VIII otorga al pintor alemán instalado en su país, Has Holbein. El rey acababa de romper con Roma para divorciarse de su primera esposa, Catalina de Aragón para casarse con Ana Bolena.
Fué Enrique un Importante benefactor de las letras y las artes. Lamentablemente su iconoclastia hacia todo lo que supusiera la pervivencia católica repercutió en daños infligidos a esculturas de alabastro del siglo XIV ¿Porqué no se respetan las manifestaciones artísticas del pasado?
Su hijo, Eduardo VI continuó con el afán destructor, le llamaron «Josías» debido a su vehemencia destructiva.
La Primera Sala se denomina Destrucción y Reforma.
Aquí nos recibe el autorretrato de Holbein, introductor de la estética renacentista en Gran Bretaña. La transparencia de la piel y la delicadeza en los contornos hablan de una estética completamente nueva.
Holbein fué un gran miniaturista, pintaba imágenes sobre vitela pegada en fragmentos de barajas de cartas, y éstas se montaban sobre preciosos relicarios. Estos servían para lucimiento de unos pocos, que los llevaban a modo de joyas.
Esta es una de las miniaturas, aumentada de tamaño. La minuciosidad es increíble.
Esta estética de la miniatura se traslada al retrato de gran formato, hasta rallar lo increíble. Veamos esta obra de Larking, un retrato de la Condesa de Nottingham.
En un retrato monumental, de «aparato» hay un enorme preciosismo y minuciosidad en la representación de la seda , el brocado, los terciopelos y gemas del vestido, en la línea de lo que sería posteriormente el conocido «arts &crafts».
La Condesa lleva un vestido de tres piezas, de mangas desmontables, con miriñaque. Se aprecian las chinelas asomando por el vestido, sobre la alfombra, seguramente de orígen persa.
La sección segunda, llamada «La revolución del Barroco» transcurre bajo el reinado de Carlos I, durante el cual el mecenazgo retoma su fuerza.
Como figura clave tenemos trabajando en Gran Bretaña a Van Dyck (del cual hay una interesante muestra en el Museo del Prado). Llega a Londres en 1632, con el sofisticado estilo de Tiziano.
Realiza retratos de élite, ya no son tan «solemnes» como el visto anteriormente de la condesa de Nottingham. Aparece un ligero movimiento, junto a un sutil juego de la luz y el color, que contribuyen a aportar delicadeza a los personajes representados. En la misma línea pintaron sus contemporáneos.
En aquel momento Londres era la ciudad más grande del mundo, y desarrollaba una intensa actividad en las colonias. Su vida social transcurría entre conciertos, obras de teatro, veladas culturales…
Canaletto vivió allí durante esa temporada. La pintura de paisajes se abre paso cada vez más segura.
Vauxhall Gardens. Lugar ampliamente frecuentado por la sociedad británica.
Es el momento de las «mascaradas» cortesanas, diseñadas por Iñigo Jones, de complejos decorados y juegos de luces.
La tercera Sección, bajo el epígrafe Sociedad y Sátira nos muestra la aprobación oficial de la Royal Academy of Arts, en 1768, dirigida por el insigne Sir Joshua Reynolds, que aportó al retrato una base filosófica.
La demanda de retratos es abundante, convirtiéndose en negocio de éxito. Thomas Gainsborough, Peter Ramsey o el mismo Lawrence pedían altos precios. Concilian el legado de Van Dyck con un arte idealizado.
Paralelamente surgen las obras satíricas. Al abrigo de Hogarth relatan historias sobre tipos y problemas sociales contemporáneos. Su estética es más libre y descomplicada, erigiéndose en comentaristas morales.
Tenemos las obras de Mortimer, pintor desenfadado que nos ha causado una grata impresión. Aparece autorretratado en la obra «Sociedad de bebedores» en la que aparecen también algunos de los socios ya muertos.
La cuarta sección, Paisajes de la mente nos brinda grandes obras del paisajismo inglés, muy influenciado en los inicios por la clásica obra del francés Claudio de Lorena, tan admirado por mí.
A finales del XVIII hay una élite de pintores cautivados por la naturaleza. Es concebida ésta como grandiosa, inabarcable. Al paisaje popular y pintoresco de Gran Bretaña atrae a un número de turistas cada vez mayor. Al abrigo de estos sucesos nacen las pinturas de Turner, cuyos estudios de las nubes y su concepto del claroscuro hacen presente lo invisible; Constable, y Burke.
Asímismo se manifiesta una fuerte inclinación científica. Aquí entran en escena los famosos cuadros de caballos de George Stubbs, basados en las disecciones equinas, con acentuada y clásica geometría.
Disección equina
Paisaje campestre.
Surgen pintores que se oponen a los dictados de la Royal Academy, y cuyo desarrollo se verá más ampliamente en la quinta sección, Realismo y Reacción.
La era victoriana presencia un enorme crecimiento en las instituciones artísticas en Gran Bretaña. Se inauguran la National Gallery, el Victoria and Albert Museum, para hacer el arte más accesible a todos.
Importante es la Gran Exposición de 1851, celebrada en el Palacio de Cristal de Hyde Park, auténtico escaparate británico al mundo exterior.
Exposición Universal 1851
El esplendor victoriano, una de las épocas más prósperas de Gran Bretaña se vé reflejado también en las obras de Leighton y Watts.
Impresionantes los prerrafaelitas, liderados por Rossetti, quieren devolver el esplendor medieval al arte británico. Maravillosas las niñas retratadas por Millais, o el colorido que muestra Holdman Hunt.
Proserpina, Rossetti
Retrato de niña, de Millais.
La sexta sección, Modernidad y Tradición comienza con un seguidor de Whistler, Sickert, que funda el Camdem Town Group; gustaban de representar la miseria que les rodeaba. Paralelamente está el Grupo de Bloomsbury, con autores de la talla de Duncan Grant, que pintan su entorno de clase media.
Duncan Grant.
Encontramos también fascinación por los aspectos industriales de la vida del siglo XX, Spencer Gore, del Camden Town Group pinta ferrocarriles.
Surge la única vanguardia de cuño inglés, el vorticismo de Wyndham Lewis, que junto a otro grupo de pintores siguen las tendencias europeas cubo/futuristas.
La Primera Guerra Mundial interrumpe la actividad de vanguardia, la mayoría de artistas se alistan, y son forzados a realizar un arte de cuño oficial, más formal, adscrito de nuevo al realismo.
Francis Bacon y Lucian Freud.
En el periodo de entreguerras hay una multiplicidad de estilos. Dentro de ellos muchos defienden su estilo figurativo. Artistas como William Roberts, o Edward Burra están entre ellos, Otros se adscriben a la arquitectura de Grophius o Le Corbusier.
en 1939 han de interrumpir de nuevo la producción por la guerra. Meredith Frampton refleja escenas de dirigentes militares.
Ya en la última sección, cuyo epígrafe es Un mundo feliz, tenemos un arte que ha virado en múltiples direcciones, tras la segunda guerra mundial. Llega la estética del pop, dentro de la cultura de masas. Iniciado por Hamilton o Paolozzi. tiene en David Hockney a su máximo exponente. Representa la vida feliz, consumista, el estado del bienestar.
Al mismo tiempo la pintura abstracta hace su aparición en Cornualles, al abrigo de las influencias norteamericanas de Pollock o Rothko.
El op art, o arte en movimiento, de efectos ópticos ilusorios florece con Bridget Riley
Y así, entre este «oleaje» óptico, nos despedimos de la Isla Británica, prometiendo volver, para descubrir un nuevo retazo de misterio, oculto entre sus obras de arte.
¡Hasta pronto!