Hacía días que os debía este post acerca de una muestra a todas luces imprescindible en el panorama cultural de nuestra ciudad.
Las tres veces que he gozado e ella han sido una absoluta delicia, y en cada una de esas ocasiones he podido admirar un detalle nuevo que las anteriores había pasado desapercibido. Es el poder de la naturaleza, cambiante, caprichosa, en ocasiones efímera que vibra en cada retazo de obra de la exposición, y que parece destilar vida por los cuatro costados.
La antigua teoría que sustentaba que el arte se podía clasificar en compartimentos estancos, y que podía meter en diferentes cajas cada vanguardia, cada movimiento, ha sido afortunadamente desechado en aras de una transversalidad, que es una manera más viva, y a mi modo de ver más inteligente de acercarse a la contemplación y al estudio de la obra de arte.
Así pues, cuando en los libros de arte leemos que el impresionismo comenzó en Manet, su padre ideológico, no reflejan del todo la verdad. Cien años antes de que esto ocurriera ya se habían trasladado los artistas al medio natural para plasmar sus sensaciones, sus emociones, pese a terminar sus obras en el estudio.
Todo ello fué propiciado por algo en apariencia insignificante, a saber: la invención del tubo de óleo en pequeño formato. Este invento facilitó tener frescos los pigmentos, lo cual permitía pintar sin apremios, y posteriormente fué genialmente rematado por la invención del caballete. Así pues los artistas gozaron de una libertad sin precedentes, propiciando que abandonasen el estudio y que atrapasen «in situ», al aire libre, los paisajes naturales, y, con ellos, sus sensaciones térmicas.
Hagamos un poco de historia de este género tan apasionante:
A pesar de que el arte chino había cultivado el género del paisaje desde el siglo IV, en Occidente esté género no se iba a desarrollar de manera más o menos autónoma hasta la llegada del Renacimiento; cuando las vistas de prados, montes y colinas comienzan a tomar protagonismo en las composiciones de Durero, Patinir o Brueghel el Viejo.
Paisaje chino
Paisaje de Patinir.
En el siglo XVII este tipo de representaciones va metiéndose poco a poco junto a la pintura de figuras; sobre todo en las escuelas holandesa y flamenca, con nombres como Ruisdael o el francés Claudio de Lorena, uno de mis pintores preferidos.
Tobías y el Angel, Claudio de Lorena.
Cien años más tarde, en las composiciones paisajistas las figuras van cediendo espacio a las panorámicas, situadas aquellas ya como simples referentes de escala. Es el momento de las famosas «vedutte» venecianas de Canaletto, o Guardi, y de las fantásticas ruinas de Zuccarelli o Belloto.
Paisaje urbano o vedutte veneciana.
Paisaje de Zuccarelli.
Antes de instalarse de plano derecho en Francia, este tipo de pintura recaló en Gran Bretaña, donde tuvo seguidores vitales, sobre todo Constable y Turner. En Constable es tal la identificación del hombre con la naturaleza que las pequeñas figuras del lienzo llegan a compenetrarse a la perfección con los elementos de la vida rústica.
Turner arranca de la naturaleza su quintaesencia, transformándola en pura energía y vibración cromática.
Tras esta introducción al género paisajístico, que espero hay sido ilustrativa, nos metemos de lleno en la muestra, que es absolutamente fascinante Está dividida en distintas salas, asociadas éstas a accidentes de la naturaleza. La primera de ellas llamada Ruinas, tejados y azoteas remarca la importancia que estos pintores le daban a las ruinas como elemento integrante del paisaje, al que otorgaban un aspecto pintoresco. Fueron objeto de atención de muchos jóvenes artistas que se formaron en Italia a fines del siglo XVIII y principios del XIX siguiendo una tradición idealista
Impresionantes aquí dos visiones de la misma azotea en dos momentos diferentes del día, obra de Pierre Henry de Valenciennes. Es el auténtico precursor de la pintura al aire libre. En 1800 escribió un Tratado sobre el género del paisaje, que influyó notablemente en las siguientes generaciones.
En el asegura algo que vemos perfectamente plasmado en este par de versiones de la misma azotea: «todos los estudios de la naturaleza deberían ser realizados en dos horas como máximo, y, si su efecto es la salida o la puesta del sol, no deberían tomar más de media hora»
La diferencia entre ambas es palpable.
En la sección rocas nos damos cuenta de que su representación ha estado presente en la historia de la pintura desde sus inicios. Los primeros estudios de roquedales fueron pintados en Italia a finales del XVIII; pero el protagonismo les llegó con la Escuela de Barbizón. Dicha escuela tuvo su sede en la villa del mismo nombre, cercana a un antiguo bosque de caza real, el bosque de Fontaineblau. Allí los pintores iban a cultivar, entre otras modalidades el «paisage intime»
Lo empieza a cultivar Corot tras su regreso de Italia.
A dichas rocas se les otorgan valores melancólicos, de soledad, desolación, y en el caso de los pintores europeos, cierto idealismo.
En el caso de los pintores americanos el arte y la geología fueron de la mano. Fueron más precisos, más científicos.
Cezanne recurrió a ellas para construir el espacio sin sombreado ni perspectiva. Las obras que hay en la muestra salidas de sus pinceles son un prodigio técnico.
En el suelo la pincelada es horizontal, en la parte superior vertical, y en las rocas en todas direcciones.
En la sala montañas nos damos cuenta de que fueron motivo de interés estético desde el XVIII.
Fueron concebidas en principio como fondos para composición de cuadros en el estudio, a excepción del Vesubio( presente también en la muestra de la Fundación Canal que hemos disfrutado hoy).
Se observa cierta concepción panteísta en ellas, como un camino ascendente hacia la divinidad.
En la falda de la montaña. Hodler.
Vemos que en Centroeuropa la iconografía de la montaña alcanzó sus cotas más originales, a caballo entre cierto idealismo romántico y el interés científico. Dicho interés por las montañas lo hallamos en Austria, Francia o España.
Árboles y plantas
Otra vez Italia es el punto de referencia. Allí se extendió la costumbre de ejecutar estudios del natural de los ejemplares más bellos y pintorescos de árboles y plantas. A ello se sumó el interés botánico puesto de moda por Linneo, y que se difundió con rapidez por países anglosajones.
Valenciennes. mi favorito.
Donde esta costumbre consiguió más adeptos fué en Francia a principios del XIX, merced a la preparación de las pruebas del Grand Prix de Rome de paysage histórico creado en 1817.
Para los pintores de Barbizón algo más tarde los árboles se convirtieron en actores silenciosos del paisaje.
Rousseau. bosque de robles
Toda la sala es un himno a la naturaleza, con una profusión de maravillas entre las que no sabrías bien con cual quedarte. Sobre todo abunda la presencia de robles y hayas. A comienzos de 1860 los impresionistas también pintarán árboles en el bosque de Fontaineblau. Pintores como Monet se concentran en las sensaciones visuales de la luz al filtrarse a través de las hojas.
Monet y sus filtraciones. Todo un prodigio en técnica y sensibilidad.
Cascadas, arroyos y ríos
Desde los inicios el agua imprimió variedad, frescura y vitalidad. Se aprende su representación en enclaves próximos a Roma, con lagos como el Nemi, plasmados sintéticamente, sobre todo por Corot, que pasó largas temporadas en la zona inspirándose en estas mágicas caídas del líquido elemento.
En Inglaterra adquieren el punto culminante en Constable y Turner. Fué Daubigny quien introduce este elemento en Barbizón, haciéndose construír un barco estudio para pintar desde el Sena.
Cielos y nubes
Ambos elementos atmosféricos han estado en la mente de los tratadistas desde Leonado A partir de los siglos XVIII y XIX se extendió la costumbre de los estudios de nubes entre artistas franceses y alemanes formados en Italia.
El que más lo trabajó fué Constable, que, llevado por su obsesión por la integración entre cielo y paisaje pintó más de cien estudios en sus dos campañas de Hampstead.
O Van Gogh, que a veces se quejaba diciendo:»¡que cuadro pintaría de no hacer tanto viento!»
Van Gogh. Obsérvese cómo plasma el viento soplando con fuerza en la pincelada del campo y en la fuerza y dimensión de las nubes.
Otro fué Boudín, influyendo en Courbet y Monet.
Tempestad sobre el mar en Islandia. Las olas desprenden caracoles de espuma, fruto del viento embravecido.
El mar
Ha sido contemplado con temor hasta el XVIII. Fué Constable el autor de las primeras marinas al aire libre.
La moda de las estancias en la playa como destino vacacional desde el 2º cuarto del XIX se extendió por Francia desde Inglaterra. Los destinos eran lugares de tiempo nublado, proclive a esos paseos marítimos de las clases acomodadas. Clave fué el descubrimiento de Normandía por pintores y escritores.
Courbet cultivó este género, pero sin duda el más atraído por los impresionistas del mar fué Monet. Pinto en repetidas ocasiones los acantilados de Etrètat, donde estuvo a punto de morir ahogado mientras pintaba. dice que sólo un milagro y los pescadores de la zona le salvaron.
La naturaleza y su fuerza, su misterio, su agreste atractivo, ante la que el hombre no puede nada.
No es de extrañar, pues, que pese a ser una muestra extensa, se salga con ganas de visitarla de nuevo, para que nada se nos escape.
Espero que os haya gustado!