Ayer tuvimos la fortuna de visitar esta magnífica muestra en CaixaFórum. He de decir que siempre que visito este espacio me encanta recrearme en el famoso «Jardín Vertical», obra del francés Patrick Blanc; compuesta de 2500 especies que varían según la estación, conformando un enorme tapiz natural, y que nos introduce en el edificio que parece levitar sobre el suelo, como si de una nave espacial se tratase.
Diaghilev nace en 1872 en la alta sociedad de San Petersburgo. Fue impulsado en su carrera por su madrastra, que le adoraba, y que siempre le apoyó. Por su situación podía haber accedido de modo natural al Teatro Imperial ruso, pero el tenía otra idea rondándole su visionaria e inquieta mente. Así pues, y en conexión con el coreógrafo Fokine idean formar la compañía de los Ballets Rusos, donde la música, la danza y el arte actuarían en igualdad.
Se revoluciona así la danza, que entonces se realizaba al modo italiano del «Ballo Grande», en el que gran profusión de personajes arropaban en escena a la «prima ballerina», y cuyos movimientos eran aún algo simples, estereotipados; o al del Ballet Romántico en el que el bailarín vestía mallas y la bailarina tutú. En él ella era protagonista absoluta, y él servía de soporte.
Diaghilev introduce la identidad rusa en vestidos, temas y coreografía, con danzas más variadas y atrevidas de movimiento, imbuídas de tradiciones locales ancestrales. Se dice que acompañado de su equipo se trasladó a la estepa rusa en busca de los tradicionales «sicavs»vestimentas de tonos intensamente vivos.
Con ellos se estrena en el Teatro Mariinski, en «Las Sílfides». Como era su costumbre, supervisó hasta el ultimo detalle en vestuarios y decorados; no en vano le llamaban el «Napoleón» del arte. En Su «Príncipe Igor» y la épica lucha que mantiene contra los polovtsianos, o «Sherezade» contará además con Rimsky- Korsakov.
Tiene la exposición una Joya Audiovisual, así con mayúsculas, y esta es una filmación de su «Giselle» representada durante la estancia del Ballet en Suiza. Se desconoce cómo se pudo llevar a cabo, dado el tamaño de las cámaras de entonces, ya que el divo tenía terminantemente prohibido la filmación de cualquiera de sus montajes.
Son famosos sus ballets basados en los cuentos tradicionales rusos. En ellos, y para sus decorados ya contaba con la pintora cubo-futurista Natalia Gonchalova. Títulos como El Gallo Rojo, Petroushka, o la de más repercusión mediática de la época, «El Pájaro de Fuego» causaban sensación en París, donde fascinó a público y crítica con su look aristocrático y la carga de la tradición rusa que le acompañaba en sus montajes. Los bailarines innovaban una y otra vez, y se movían en el escenario como aves . Hasta The Times glosó su novedosa forma de moverse.
En su gira europea le acompañaba todo el cuerpo de baile: Paulova, Nijinsky, que además era su amante, Fokine y Tchaikovsky. Esta troupe se enriquecía progresivamente gracias a la colaboración de Matisse, Miró, Debussy…
En 1911 se establece en Montecarlo, donde de forma imprevista su coreógrafo Fokine le abandona, dicen que en parte motivado por los celos y rivalidades surgidas con Nijinsky. En sus manos queda el trabajo de éste. Dicen que se iba transformando su personalidad a medida que le colocaban las sucesivas capas de maquillaje, mimetizándose con el personaje al que interpretaba en escena.
La Consagración de la Primavera, de Stravinsky y sus ritmos asimétricos fue toda una conmoción en el público que levantó no pocas ampollas. El día de estreno los espectadores acabaron a sillazo limpio entre ellos. El tema del sacrificio de jóvenes bailarinas, al hilo el argumento, y la ruptura radical con cualquier precepto romántico no fueron entendidos por el público. Pese a ello, tanto el cuerpo de baile como la orquesta tenían ordenes de Diaghilev de no parar la representación en ningún momento pasara lo que pasara; y así lo hicieron. Ya no había vuelta atrás.
A partir de la Primera Guerra Mundial su interés en las vanguardias se aviva. Produce tres de sus obras clave de aquella época: «El tren azul», para la que la mismísima Cocó Chanel diseña los trajes de baño utilizados por los bailarines. «Le Bal», cuyo vestuario diseñó el pintor Chirico, y Cocteau los carteles publicitarios; y Parade, con uno de los vestuarios más costosos de toda su trayectoria, obra de Picasso, y música de Satie, intercalada con sonidos de máquinas y disparos, como homenaje al mundo moderno.
Recala en España, invitado por Alfonso XIII donde se siente muy arropado y fascinado por el baile español y flamenco, y donde realiza Las Meninas. Cuenta con pintores del noucentismo catalán como Sert, o músicos como Falla o Ravel que le acompañaron en su andadura española. Sus ballets se hacían cada vez menos rusos.
La marcha de Nijinsky tras su matrimonio y locura, o el vuelo que emprendió Stravinsky marcaron su declive. Fallece en Venecia en 1929, siendo Cocó Chanel la que sufraga los gastos de su entierro.
Otra exposición de las muchas que este año nos han abierto los ojos a la realidad artística y cultural rusa, poniéndola al mismo nivel que la francesa. ¿No os parece?