Ayer tuvimos la suerte de disfrutar de esta exposición casi en soledad, afortunadamente, debido a la hora a la que teníamos concertada la visita: las tres y cuarto.
Parece que las actuales fundaciones están dedicando parte de su empeño a reivindicar la obra de artistas casi abandonados en fantásticas retrospectivas que sirven, entre otras cosas, para homenajear su papel en el arte de su tiempo.
Bertrand- Jean( su nombre real) nació en 1840 en la localidad francesa de Burdeos. Sus padres acababan de llegar procedentes de Nueva Orleans, donde su padre había acumulado una pequeña fortuna desbrozando bosques. Ya América despuntaba tímidamente como la tierra de oportunidades en que se convirtió después.
Sus primeros años transcurrieron sin sobresaltos. Contrastó su figura y temperamento, que odiaba cualquier suerte de esfuerzo físico, con la de mítico aventurero de su padre. Su apodo cariñoso se debe al nombre de su madre, Odile, que solía llamarle mi pequeño Odilón.
El autorretrato que nos recibe a la entrada de la exposición ya nos aporta datos sobre su carácter tímido y reservado, con el rostro en tres cuartos en semipenumbra en su lado derecho.
Aparece tras un repecho de ventana, recurso psicológico de distanciamiento del espectador, al que no quiere enseñarle del todo su personalidad enigmática y atormentada.
Hasta sus once años y por motivos de salud fue enviado a vivir a la campiña francesa en compañía de un tío suyo. La vuelta a Burdeos para ir al colegio le supone un duro golpe, el joven se refugia más que nunca en su mundo interior. En estas fechas tiene intensas experiencias estéticas, en ocasiones teñidas de ciertas dosis de arrebato místico.
Por otra parte, aparecen ya unas inquietudes creativas que se concretan en la realización de copias de grabados de la época y en la práctica de la escultura.
En esta época de formación dos personajes van a marcar su vida: uno el acuarelista Stanislas Gorin, y el otro Gustave Moreau. Ambos le influyen en su arte.
Aparte tendrá gran amistad con Armand Clavaud, biólogo que siente fascinación por los seres microscópicos, que le hace estudiar y pintar de modo recurrente. Le abre los ojos al mundo de la literatura de Poe, a Baudelaire, y le hace conocer, entre otros personajes a un par de ellos por los que Redón va a sentir una enorme fascinación: Delacroix, por un lado, y Goya por otro. A él dedica emotivos homenajes, fruto del enorme impacto que le causaron la serie de los caprichos de nuestro genial aragonés.
Tras un penoso episodio -que el artista definiría en términos de «tortura»- en la Escuela de Bellas Artes de París, donde su espíritu libre choca con el rígido academicismo de su profesor Gerome, hacia 1864 Redon conoce al personaje que mayor influencia habría de ejercer en su formación, el dibujante y grabador Rodolphe Bresdin.
Uno de las seis láminas-homenaje a Goya.
Todo esto se estaba produciendo mientras los impresionistas empezaban a pintar al aire libre, buscando el naturalismo casi científico en sus obras, fruto de las teorías coloristas de Chevreul o el mismo Newton.
Odilón expone en el Salón de los Rechazados, pero curiosamente en franca oposición a los pintores impresionistas. Él en sus comienzos pintará xilografías, litografías, carboncillos o acuarelas exclusivamente en blanco y negro.
Bajo el signo de libra. Homenaje a Poe.
En un escenario artístico como el francés de los años ochenta, totalmente dominado por el color, la sombría austeridad de esta obra no podía encontrar muchos compradores. No obstante, la publicación de carpetas de litografías, de una tirada no superior a los cincuenta ejemplares, contribuyó a la expansión del círculo de sus clientes.
Entre estos iniciados se encontraban Stéphane Mallarmé, el más notable de los poetas simbolistas, y J.K. Huysmans, autor de A Rebours( A Contrapelo), auténtica «biblia» del decadentismo. Odilón se reúne todos los martes en Paris, en una lóbrega habitación, con ellos y con músicos de la talla de Debussy en aras a un arte sugestivo, no natural, en que estarían unidas la literatura, la música y el arte. y es que los límites de la creación artística cada vez estaban más difusos entre sí.
Debussy(izquierda) y Mallarmé( derecha) amigos del artista.
Su universo atormentado y angustioso también es fruto de su participación en la Guerra Franco- Prusiana, donde vivió con intensidad los horrores de la guerra.
En 1890, Redon regresa al mundo del color. Es un artista que concibe el arte como una síntesis entre los estímulos de la realidad exterior y el mundo interior. Se traslada a vivir al campo, a una propiedad que su esposa recibe como herencia, y allí escribe uno de los capítulos más felices de su existencia. Comienza a pintar pasteles y oleos con motivos florales, de meandros sinuosos, y formas orgánicas tan frecuentes en el art nouveau, una de las máximas influencias, junto a la de los nabis, que preconizan una vuelta al arte y estética medievales.
Esposa de Odilón Redón.
Desde 1895 el pintor se consagra a la pintura al óleo y al pastel y su obra gira alrededor de una serie de temas recurrentes, como los jarrones de flores, la mitología, sus pegasos y sus los cuadros de tema religioso, tanto sus Cristos con coronas de espinas, o su maravilloso cuadro de Buda, impregnado de referencias al art nouveau; o la representación de la figura humana, los Oannes( ojos cerrados), en los que nos conduce a pensar que las retratadas poseen más fuerza en lo que no expresan que en lo obvio que aparece a nuestra visión.
Pegaso, Oannes, y Buda.
Las barcas son otro motivo de los muchos a los que recurre y domina. Para él tienen connotación mística, ellas y el mar sobre el que navegan. El embarazo de su madre tuvo lugar durante la travesía que los traía de América a Europa, así que se sentía hijo del mar, en cierto modo.
La tempestad.
Un par de desgracias le sacuden: la muerte de su hermana y de su hijo de seis meses de edad. Sufre un retroceso de nuevo a ese mundo negro atormentado. Felizmente le recupera el nacimiento de su segundo hijo, un joven sano e inteligente llamado Arï.
Arï Redón.
Tras la marcha de Gauguin a Tahití en 1891, los nabis le adoptan como maestro. Poco a poco, su obra va perdiendo el carácter minoritario, introduce cuadros dedicados a artes decorativas y suntuarias, como sus alfombras árabes de oración .
En 1916, angustiado por no tener noticias de su hijo ArÏ que luchaba en la gran guerra, y por el cual realizaba un retrato de la Virgen (dicen que rezaba mientras pintaba) ,Redon encuentra la muerte, una vieja amiga con la que durante toda su vida mantendría una ambigua relación de amor y odio.
¿Simbolista? ¿Postimpresionista? ¿Surrealista? juzgad por vosotros mismos.
Un personaje fascinante a todas luces, que nos dejó con un sabor de boca inmejorable. Además tanto el montaje de la exposición, como la atención fueron excelentes. ¡Salimos encantados!