En la plaza del Conde de Miranda se encuentra la discreta puerta de acceso al convento del Corpus Christi. Después de tocar el timbre y de escuchar el “Ave María Purísima” de rigor , entrará en este recinto solitario y silencioso, donde una flecha guía los pasos hacia un torno que permite a las monjas de clausura mantener cierto contacto con el mundo exterior, pero sin ser vistas.
Ahí es donde se pueden comprar los famosos dulces de las monjas. Los hay de distintos tipos: rosquillas de anís, (especialmente buenas), de almendras o incluso buñuelos. El medio kilo de dulces cuesta 7,50, y el kilo 15 euros.
El convento es conocido como el Convento de las Carboneras, porque cuando se fundó, en 1607, solían venerar una imagen de la Virgen de la Inmaculada hallada en una carbonería, y posteriormente donada al convento por un franciscano.
El convento fue fundado con permiso de Felipe III, por Doña Beatriz Ramírez de Mendoza, condesa de Castellar, en uno de los terrenos propiedad de su familia.
La vida de Doña Beatriz, que fue dama de la reina Ana de Austria, fue muy polémica. Fundó hasta tres conventos mercedarios y fue expulsada de uno de ellos por el General de la Orden debido a su carácter intrigante dentro de la Corte.
El edificio es obra del arquitecto Miguel de Soria, y ha permanecido prácticamente intacto desde su fundación.
En los alrededores se halla un jardín secreto en el número 7 de la Calle Sacramento. El llamado Huerto de las Monjas es un remanso de paz inesperado. Este pequeño y encantador jardín escondido formaba parte del antiguo Convento de las Bernardas, construido en el siglo XVII y demolido en los años 60 para construir un bloque de viviendas.
Es importante señalar que su existencia no salta a la vista. Para acceder a este pequeño retazo del siglo XVII es necesario bajar unas escaleras y adentrarse en lo que parece ser el patio interior de una vivienda particular.
Sin embargo, se trata de un jardín público de titularidad municipal donde antiguamente las hermanas Bernardas cultivaban sus verduras y donde hoy se puede descansar a la sombra de sus viejos árboles.
El jardín cuenta con una fuente que no data de la época y que no tiene demasiado encanto a pesar de los dulces angelitos que la protagonizan.
El verdadero encanto de este pequeño huerto, donde ya no se cultiva ninguna hortaliza, es su ubicación, totalmente aislada.
Desde aquí recomiendo vivamente una visita. ¡No os defraudará!